Me comentaba hace algún tiempo un viejo amigo, escritor y gay, que la
llamada literatura gay se había venido convirtiendo en una acumulación
de historias romanticonas sin demasiado interés, llenas de lugares
comunes y faltas de técnica y vuelo literario. Confirmo a grandes rasgos
esa lectura, a pesar de que podamos encontrar novelas excepcionales
escritas o protagonizadas por personas lgtb, a pesar de que incluso
adentrándonos en las procelosas aguas de la literatura de género, y más
precisamente de la literatura gay, hallamos encontrado páginas para el
entretenimiento, para una tarde agradable, para un par de lágrimas.
Sobre todo para reconocernos como en un espejo en las venturas y
desventuras de los personajes.
Cierto escepticismo te obliga a coger con cierta prevención tan
peculiares títulos. Más cuando han sido escritos por un amigo, por
alguien a quien aprecias de manera sincera. A coger el libro casi
rezando para que como mínimo sea aceptable, razonable.
No me he encontrado con una obra cumbre de la literatura universal al leer Hermano ,
de José Luis Serrano o, más bien, elputojacktwist. Pero sin duda me he
encontrado con una buena novela. Escrita con maestría, con dulzura, con
ironía, llena de fuerza en las contemplaciones y en las descripciones y
de ácido corrosivo en las divertidísimas miradas al marimundo
provinciano.
Tres libros en uno. Un libro de viajes, inciático, en el que el
protagonista se enfrenta a Birmania a sus costumbres, a sus personajes, a
sus paisajes. Revisitando lugares sin duda conocidos y amados por el
autor desde una perspectiva romántica y evocadora que teje un imán
alrededor del país incluso para quienes padecemos de un virus occidental
en nuestra agenda de intereses. El encuentro con una tierra cargada de
símbolos, de magia, sobre todo de una tierra diferente, de unas gentes
diferentes cuyos códigos, cuyos colores, necesitas aprender y
aprehender. Un segundo libro, una narración romántica, la crónica de un
enamoramiento, la aproximación del narrador al muchacho delgado,
exquisito, de peculiares formas y olores, de seductoras sonrisas, de
movimientos que imaginas gatunos cuando lo presenta jugando con su
pelota de ratán (tictactictactictac). Una historia en la que la carne no
se manifiesta y que se convierte en espejo de todos los que hemos
sufrido esos amores platónicos, idealizados, ante ese muchacho
maravilloso por una u otra razón, que sabiéndolo o no ha jugado con su
atractivo para apostar fuerte contra nosotros, que nos ha hecho temblar
de emoción o de ansiedad esperando el momento en el que la camaradería,
la complicidad, el roce accidental, llegaran a convertirse en una
caricia, un abrazo, un te quiero, una noche de sexo abierto y encendido.
Una historia difícil de cortar porque no llegó a dar comienzo, no en la
forma esperada, y que satura nuestros pasados de muchachos birmanos. O
de juanes, diegos y óscares.
Un libro escrito con exquisita sencillez, buscando la palabra precisa
para pintar colores y emociones sin excesos ni ñoñerías. Y que de tanto
en tanto rompe (no he visto este dato resaltado en algunos de los
apuntes y crónicas sobre el libro pero me parece brillante y
fundamental) en un homenaje a las criaturas de Mendicutti o simplemente a
esa realidad de la marica mala pero que muy mala en los sabrosos
monólogos telefónicos de una prima provinciana y malapécora que
nos lleva de habladuría en habladuría y de majadería en majadería en un
retrato fresco y nada sutil de ciertos personajes bien conocidos y
experimentados. Un humor capaz de reconstruir el enunciado del "efecto
mariposa" explicando que "si una marica se la chupa a un negro en una
sauna filipina un gay de Valparaíso no se comerá una polla en un mes".
Hojeé Hermano nada más recibir el encargo, y ya me sentí cómodo,
transportado al hermoso afecto que se nos contaba, a las ácidas
maledicencias y a las postales fascinantes. Y por fin lo he leído con
detenimiento en estos días, encontrando un lenguaje dócil y amaestrado,
directo y encantador, capaz de entreverar las páginas saltando del viaje
al amor, del amor al impúdico cotorreo, del cotorreo al viaje, sin
dejar caer la tensión, sin dejar de envolver tu mirada y atrapar al
lector avezado en una tela de araña de tinta, papel y palabras. Un
pequeño placer. Una gran satisfacción. Unas horas de vuelo libre al
paraíso regaladas con generosidad por la mano maestra de un buen amigo:
José Luis, ¡gracias!
Escrito por Rukaegos
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