“Porque cuando le dijeron que padecía lesbianismo supo que
moriría de eso. Lo trágico fue que al cabo de unos años supo que lo suyo
no tenía cura porque no era una enfermedad. Supo que le habían robado
la vida”.Soledad siempre sola (2007).
La tumba del chicle Bazooka
Las narraciones cortas, artículos y crónicas de viajes (por llamar a
estas últimas de alguna forma genérica y reconocible) contenidas en esta
obra ponen de manifiesto que el autor de Hermano ya podía
presumir de talento hace bastante tiempo puesto que tiene la atención de
indicar al lector el año en que fue escrito cada elemento independiente
del conjunto. Cosa que sin duda no hará dada su conocida modestia, por
otra parte.
El libro que nos ocupa se divide, como se desprende de lo dicho, en
tres partes con un número diferente de composiciones cada una, siendo la
más extensa la primera, dedicada a relatos cortos. Estos son
deliciosos. Demuestran la capacidad del escritor para sintetizar los
elementos de una narración, para generar todo un espacio y unos
personajes tan solo en unas cuantas líneas. La temática es variada pero
ronda los personajes homosexuales, y en más de una ocasión casados con
mujeres lo cual ya constituye un punto de partida con sabor propio.
Por ejemplo El probador de caballeros (1993) donde podemos leer el siguiente fragmento:
“Se cruzó con tres policías, dos hombre y una mujer, gordos como
peces globo, que paseaban orondos y parsimoniosos como en un acuario,
flotando majestuosamente entre las hordas desocupadas que abarrotaban
las aceras”.
No hay remilgos a la hora de utilizar el lenguaje, a la hora de
abordar las historias. No hay innecesarias salidas de tono buscando un
marketing basado en el morbo o en lo llamativo de un mal gusto excesivo,
sino una necesidad de plegarse a lo verosímil, a la realidad, siempre
“literaturizada”. Por ejemplo en “Just what is it that makes today’s
homes so different, so appealing? (2010):
“[…]escucha los pasos de Camilo que se dirigen a la cocina. Imagina
que estará meando en el fregadero. No sería la primera vez. Antes lo
hacía por la ventana que daba al patio interior, pero le pilló un
vecino”.
Sobrecogedor, desde luego, resulta el artículo “El silencio” (2009),
que ha conseguido ponerme los pelos de punta y eso que las obras de arte
contemporáneas y conceptuales tienen la extraña virtud sacar a relucir
mi mal humor. Sin embargo el texto constituye la explicación del
concepto de la obra, la completa, la llena, la otorga de la belleza que
quizá le falte. Las palabras de José Luis Serrano llenan y explican ese
silencio de 4’33’’…
“4’33’’ son exactamente 273 segundos, el cero absoluto de la escala
Kelvin con un negativo delante. Es el grito silencioso de las bestias
aullantes de Francis Bacon, también homosexual. Un grito que vemos pero
que no oímos. 4’3’’ es un homenaje a todos esos silencios y una
advertencia: hablemos, gritemos, hagamos como el héroe de “La historia
interminable”: construyamos nuestro mundo con las palabras. Si no, todo
es silencio, vacío y muerte”.
Los artículos o reflexiones del autor, que forman ese capítulo
intermedio, son un magnífico puente a sus crónicas de viajes, pues
enlazan los pensamientos del autor, con la narrativa viajera y la
narrativa de ficción. Son un paso breve, conciso, y siempre profundo (a
pesar de que escriba José Luis Serrano uno de ellos declarando que
intenta serlo y lo no consigue, declaración seguro honesta, basada en la
modestia que ya anunciábamos que suele adornarle).
Para postre nos quedan esos paseos que nos daremos siguiendo las
palabras del autor por la India y por Uzbekistán donde, como viajero de
raza, intentará evitar los decorados de plástico construidos o al menos
arreglados para gusto de masas de turistas para adentrarse en el corazón
de los rincones del planeta, sus gentes, las grietas de lo auténtico,
siempre más difícil de asumir por cuanto no está edulcorado, pero
precisamente por ello más valioso e intenso, como el café puro, aunque
en su caso sea siempre un té caliente que sirve para enfrentarse al
extremo bochorno (aunque pueda parecer paradójico). Es como si viajase,
no a los países, sino a sus gentes, y a través de ellas, a la esencia de
los lugares. Prodigios de la comunicación, los idiomas no le impiden la
comunión con aquellos con quienes se cruza y de quienes toma las más
bellas anécdotas en su sencillez poética. No hay que esperar largas y
detenidas descripciones de los templos ni de los paisajes (no hay
puertas esculpidas a lo Umberto Eco), sino momentos de participación con
el entorno y con los seres humanos que lo pueblan. Natural y bello,
desde las ratas del cine, al olor de las cenizas de los cuerpos que se
van, río abajo…
Guillermo Arróniz
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